Crítica de "Campo de la rosa" en el libro "CINE EN CORTO" de Juan Antonio Moreno



El saxo desgarrador de William Gibbs ilumina musicalmente el espacio sombrío por el que se desarrolla la acción de Campo de la Rosa de Rodrigo Rodero. En un suburbio de la periferia de la gran ciudad, la voz quebrada de los cantaores flamencos Roberto Lorente y Matías de Paula introduce la historia de una rosa hermosa que quiere huir de su oscura realidad.
Toni Álamo, cuya mirada electrizante absorbe y refleja el fuego bajp el que se cobija, ñe cuenta a una joven (Irene Escolar) un recuerdo de su infancia : "dicen que existe una rosa tan bella y tan perfecta, que el agua del jardín donde vivía sólo quería regar sus raíces. Y el resto de las flores que estaban a su alrededor, se fueron muriendo lentamente... de sed, de envidia, de pena".
el corto es una metáfora sobre la supervivencia. En un mundo de tintes amargos, cualquier salida es vivificante. La película, de una estética similar a la de su anterior cortometraje, Chatarra, mantiene reminiscencias del maestro Kurosawa y su protagonista, Irene Escolar, luce ante la cámara cual "Geisha" de esos arrabales retratados en innumerables oportunidades por el gran maestro japonés.
El director madrileño habla de los sueños inalcanzables, entre los que siempre se encuentra el amor, que surge en cualquier circunstancia, incluso del fango en el que crecen las flores más bellas.

Esta obra cinematográfica acumula excelencias en todos sus elementos. La acertada fotografía en blanco y negro de su colaborador habitual Luis Bellido aporta instantes de una gran intensidad y belleza. Aparece un juego de planos y contraplanos que componen imágenes esféricas, casi lunares como, por ejemplo, la figura del siempre eficaz Eugenio Barona apoyada sobre el reposa cabezas de su vehículo o el que enseña a la prometedora Irene Escolar con la luna al fondo.

La música dimensiona la intensidad narrativa del corto. José Sánchez Sanz acoge el discurso de esta aventura que habla sobre anhelos y sentimientos y subraya, adecuadamente, los vaivenes que marca la historia: une su creatividad musical a esa fascinante fusión que se establece entre el jazz y el flamenco, logrando uan textura fílmica que contiene un profundo lirismo.

Rodrigo Rodero construye una película cimentada en una solida y cuidada puesta en escena. Su cine brota límpido y en él se perfilan unos personajes que sueñan pero que, sobre todo, esperan. Sus miradas encendidas pretenden transformar en realidad los deseos más ocultos.

Campo de la Rosa destila aroma de cine en estado puro. El film atesora imaginación y lucidez, poniendo de manifiesto, una vez más, la categoría de un director que mantiene un pulso narrativo firme y que prosigue en una línea constante de fidelidad y coherencia en la manera de concebir una película.

Ver cortometraje aquí: